Una investigación de más de tres años llevada a cabo por la Comisión de Investigación de Casos Criminales de Escocia (Scottish Criminal Cases Review Commission, por su nombre en inglés) pone en duda la responsabilidad de Abdelbaset Ali Mohmed al-Megrahi en el atentado terrorista contra aerolíneas Pan Am 103 del 21 diciembre de 1988 que explotó a 9,000 metros de altura sobre el pueblecito escocés de Lockerbie, y mató a 270 pasajeros a bordo. Libia pagó 2.7 mil millones de dólares a las víctimas del aquel atentado, aunque jamás reconoció su responsabilidad. Si los libios no son los responsables, entonces, ¿quién está por detrás del peor atentado terrorista en la historia de Gran Bretaña? Una de las teorías que está barajando la defensa está relacionada con Khalid Jafaar, un pasajero libanés que viajaba en el Pan Am 103, quien está vinculado al grupo Islámico Hezbolá. Jafaar era un camello de droga que, sin saberlo, llevó un maletín cargado de explosivos en el avión. De hecho, Libia ni estaba ni está vinculada al atentado. Los principales protagonistas del Pan Am 103 crimen son el negocio mundial de la droga, la CIA, Siria, los carteles colombianos y Monzer AlKassar, por aquel entonces el mayor traficante de armas del mundo. La operación, con el código clave de “Khourah,” se trataba de traslado “controlado” de heroína desde el Valle de Bekaa en Líbano a los Estados Unidos a bordo del Pan Am 103. En un vuelo controlado, una agencia gubernamental de seguridad permite y monitoriza el envío de un cargamento de drogas de contrabando con el objetivo de capturar a los peces gordos de la organización criminal delictiva. En marzo de 1993, un artículo publicado por la revista High Times y escrito por Bill Weinberg titulado “La conexión Siria” sacaba a la luz la penetración de la CIA en el negocio de la droga en el Valle de Bekaa de Líbano. Según High Times, “Muchas de las facciones armadas libanesas dependían del negocio mundial de las drogas para financiar sus operaciones.” De hecho, cada grupo armado paramilitar controlaba su puerto particular alrededor de Beirut que servían como punto de enlace de las drogas de Europa hacia los Estados Unidos y de armas hacia Beirut desde el mercado internacional. Quien controlaba el fértil Valle de Bekaa tenía una ventaja competitiva. Cuando la guerra se recrudeció a finales de los años 70, el hachís, el puntal tradicional de Bekaa, dio paso al negocio mucho más lucrativo: heroína. La producción de heroína en Bekaa aumentó considerablemente bajo la ocupación de Siria. Se estima que las organizaciones criminales pagaron anualmente más de 2 mil millones de dólares en “impuestos de protección” a las fuerzas de ocupación sirios, según el testimonio del oficial de la DEA americana Félix Jiménez a la sesión especial del Congreso estadounidense en 1990. Además, el Valle de Bekaa se convirtió en el centro de procesamiento de la cocaína de los carteles colombianos para su reexportación a los mercados europeos. Papel de Siria Antes de la primera Guerra del Golfo, el presidente sirio Hafez Assas y Saddam Hussein eran rivales a muerte dentro del partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baas). Siria era el único país árabe que apoyaba a Irán en su guerra contra Irak en los años 80. Cuando Bush padre invitó a Siria a unirse a la coalición árabe contra Saddam Hussein, después de su invasión de Kuwait, Assad aceptó. Haciéndose socio de los EEUU, Siria pudo mantener el control del Valle de Bekaa. Entre las áreas bajo su control estaban los infames puertos de drogas al norte de Beirut. En 1988, cuando Pan Am explotó sobre Lockerbie, la aerolínea contrató a Interfor, una empresa privada vinculada al Mossad Israelí, para llevar a cabo la investigación de la matanza. Interfor mantuvo que una organización terrorista apoyada por Siria, la Frente Popular por la Liberación de Palestina (PFLPGC) estaba detrás de los atentados. Según Interfor, la PFLPGC pudo introducir la bomba en el avión debido a que el vuelo formaba parte de la ruta del tráfico de heroína vinculada al régimen sirio y protegido tanto por la DEA como por la CIA americana. Interfor mantenía que la cabecilla de la organización criminal era el sirio Monzer AlKassar, conocido por aquel tiempo como el mayor traficante de armas del mundo. La CIA protegía al AlKassar, porque él estaba ayudando a los americanos en sus esfuerzos por liberar a los rehenes estadounidenses en Líbano. AlKassar trabajaba en tándem con una unidad ultrasecreta estadounidense, MC10 que operaba desde Chipre en los trabajos de rescate. Estos esfuerzos solamente fueron una parte de la operación. La CIA se llevó una buena parte del pastel en el reparto de los beneficios de la droga. La Comisión Tower del Congreso estadounidense, investigando los crímenes de Irán-Contra, reveló que el Coronel Oliver North utilizó el dinero de la droga de AlKassar para comprar armas destinadas a los Contra nicaragüeños. La comisión que obtuvo Oliver North por sus esfuerzos era la nada despreciable suma de $1.2 millones de dólares. El Periodista Bill Weinberg escribiendo en High Times añade que “tanto la CIA como la DEA pidieron a BKA, la agencia de inteligencia alemana, que permitiera que algunas maletas determinadas con destino a EEUU pasaran sin ser inspeccionadas desde el aeropuerto de Frankfurt, el origen del vuelo Pan Am 103.” Sin saberlo nadie salvo el PFLPGC y AlKassar, la maleta que debía de contener un cargamento de heroína estaba llena a rebosar de explosivos. Un artículo de Times de Londres del 22 julio de 1991, titulado “La operación de narcotráfico permitió encubrir el atentado al terrorista del Pan Am”. Subrayó que la DEA admitió la existencia del programa de protección. El gobierno estadounidense siempre sabía que era Siria y no Libia quien estaba detrás del atentado de Pan Am 103. Sin embargo, en 1990, cuando la Casa Blanca empezó a cortejar a Siria como socio importante en la coalición anti Saddam Hussein, el foco de la culpabilidad, de repente se inclinó desde Siria de Assad a Libia de Qaddafi. Lester Coleman, ex agente especial de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA por sus siglas en inglés) dijo en su deposición a la Comisión especial del Congreso americano que la DEA, de forma conjunta con la brigada antidroga de la policía chipriota, la BKA alemana y las aduanas británicas formaban parte de “la operación de seguimiento de la droga” a través de Chipre y los aeropuertos europeos, entre ellos Frankfurt. El negocio ilícito se descubrió por cuatro miembros de la unidad secreta MC10. Uno de los cuatro era el ya mencionado Lester Coleman. Dos miembros de MC10, Mathew Kevin Gannon y Mayor Charles Dennis McKee volaban en Pan Am 103, con pruebas aplastantes que demostraban el papel de la DEA y la CIA en el tráfico de drogas. Los dos murieron en el atentado. El último miembro de MC10, Werner Tony Asmar, un alemán de origen libanés, murió unos meses antes, el 26 de mayo de 1988, cuando una bomba explosionó en su oficina de Beirut. Teniendo en cuenta que el negocio de la droga mueve al año 600 mil millones de euros en beneficios netos, y que sostiene el sistema financiero mundial, que cada uno saque sus propias conclusiones. Fuente: danielestulin.com
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